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lunes, 13 de julio de 2009

La calle de la mujer herrada

En el año 1670, en una casa de la Calle de la Puerta Falsa de Santo Domingo vivía un clérigo en concubinato con una mala mujer. No muy lejos de allí se situaba un lugar llamado la casa del Pujavante, hogar y taller de un herrador quien frecuentaba el clérigo por ser su compadre. El herrador le aconsejaba renunciar a ese concubinato pero el clérigo no quería.
Una noche, el herrador fue despertado por unos golpes a la puerta de su taller, al abrir se encontró con dos negros que le entregaron a una mula y un recado de su compadre el clérigo, suplicando porfavor que le herrara, pues en la mañana cabalgaría hasta el Santuario de la Virgen de Guadalupe. El herrador le clavó las cuatro herraduras a la mula que después la entregó a los negros quienes le pegaron tan cruelmente al animal que los reprendió.
Por la mañana fue a casa del clérigo para saber el porque de su partida al santuario, pero le sorprendió encontrarlo dormido en la cama, lo despertó y le contó lo sucedido aquella noche. El clérigo negó tal partida y enviar algún recado, por lo que ambos supusieron que algún travieso les jugó una broma y para celebrar la broma quiso despertar a su concubina, pero no se movió, insistió y se percató de que había muerto. Se horrorizaron al ver las cuatro herraduras en las palmas de las manos y plantas de los pies, el freno en la boca y los golpes. Ambos se convencieron de que todo aquello había sido efecto de la Divina Justicia, y que los negros eran demonios.
Hubo otros tres testigos del cadáver, el cura Dr. D. Francisco Antonio Ortiz, el R. P. Don José Vidal y un religioso carmelita, venidos al lugar de los hechos. Los tres respetables testigos acordaron el entierro de esa mujer en la misma casa y guardar en secreto permanente lo sucedido. Ese mismo día aquel clérigo, abandonó la casa para cambiar de vida y no se volvió a saber de él.

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